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NOTAS DE FIAR
Por Kiko Amat
Me gustan Garzón. Me fío de Garzón. Como a carpinteros conocidos, como a lampistas de confianza, sé que puedo dejarles solos sin que hagan barbaridades. Sé que puedo girar la cabeza sin que construyan cosas insensatas, feas, estériles. Creo que Garzón se ocupan de sus canciones con el antiguo orgullo de los obreros especializados, acabándolas aquí y allá para que sean funcionales, útiles, para que se abran de la manera esperada, para que duren el máximo de años. Las canciones de Garzón, sé que van a durarme años. Sé que van a estar a punto para cada vez que tenga que montarme en ellas, golpear con ellas, regalarlas, hacerlas servir, las canciones de Garzón. Como las scooters antiguas, esas canciones son objetos hermosos y útiles a la vez. Y eso no abunda.
Me fío de Garzón por otras cosas, algunas de ellas tontas. Me fío de ellos porque Roberto se parece a uno de los hermanos de los Young Marble Giants, y uno debe confiar en cosas así. No hay teoría detrás de eso; hay que tomarlo o dejarlo. La regla de oro es: si alguien se parece a Kurt Vonnegut, Robert Wyatt, Jimmy Webb, Richard Brautigan o uno de los dos hermanos de Young Marble Giants, es alguien de fiar. A mí nunca me ha fallado eso, y mis mejores amigos todos tienen caras de otra gente. Se pasean por ahí con caras compartidas, sin saberlo, ignorando que les quiero por razones tontas.
A Garzón les gustan discos lindos, y eso es algo que otros han dicho antes, pero uno debe repetir las cosas de gran importancia. Así, voy a repetirlo: en Garzón les gustan los discos majos. Eso, por supuesto, es una buena razón para fiarse de ellos. Es difícil que alguien que tiene en sus estanterías a Feelies, Comet Gain, Beat Happening, Biff Bang Pow!, Violent Femmes, B-52’s y Orange Juice toque luego con ritmos cansados de indies mentirosos, rock de tómbola para cobardes emocionales, tuertos del estilo, notas que suenan al crujido de pantalones de cuero. No puedes hacerlo, afortunadamente. Plink-plonk, un rasguño, y esa simplicidad natural suena a herencias de folkies dignos, voces de Evie Sands, Al Green, pop californiano, punk verdadero, todo cosido con esmero difícil, de lengua a un lado de la boca, por Garzón. Aprendiendo mientras lo hacen. Artful Dodgers del pop básico, justo.
Y Garzón no mienten. Garzón son políticos sin refranes, sin pancartas subvencionadas, sin sandalias de viejo estalinista. Si hay una izquierda surrealista, situacionista, una izquierda que incorpora las pasiones y los deseos y las obsesiones y el hambre de estar vivo a la posición política, Garzón están allí. Sin darle mucha importancia, como mecánicos convencidos de su pericia. Como electricistas veteranos. Ya lo dije.
De fiar.
Me gustan Garzón como a veces me gustan las cosas: de una manera completa. Veo como agarran la guitarra (cuerpo en el pecho, mástil hacia abajo) y eso trae tantas imágenes encadenadas, dice tanto por sí solo. Hay hechos diminutos, sin intención, que hablan a gritos sobre lo que es uno; hay gestos, miradas, zapatos, aesthetics, guiños susurrados, que construyen galaxias en las que todo encaja, y sólo unos pocos pueden verlo. Y yo, yo veo la melódica que utilizan. Veo la timidez que exhiben. Veo la ilusión que tienen, y que reposa feliz sobre todo el pop hecho por las razones correctas, veo sus cejas levantarse de pura atención, de gran concentración. Como tantas otras veces, todo ha encajado en Garzón; tantas cosas que casi no podemos explicar, imágenes que lo dicen todo. Las ves, o no las ves. El pop también tiene secretos valiosos.
Me gustan Garzón. Me fío de Garzón. Podemos irnos a otras partes, y cuando volvamos la cómoda estará hecha. La scooter en marcha. Los enchufes electrificados. Todo en su lugar, práctico y hermoso a la vez.
Las canciones de Garzón, sé que van a durarme años. |
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